TEXTO DE MALDEOJO

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Para el debate sobre la organización del movimiento estudiantil

Asambleari@s de la U.C.M.

Diciembre 1998

En el otoño de 1998 han proliferado asambleas en las universidades e institutos madrileños, asambleas que han surgido con el fin de activar un movimiento real y autoorganizado de estudiantes no manipulado ni dirigido por organizaciones y burocracias externas (como el S.E., la C.E.I. o la F.A.E.I.). Las asambleas han logrado además coordinarse, creando así un germen de organización cuyo objetivo es llevar a cabo futuras acciones comunes y que ya ha servido para que surgiesen asambleas en centros donde no existían. Tras dos meses de movimiento asambleario se han planteado algunos debates estando presente en la mayoría de ellos el tema de la organización. Este texto pretende ser una contribución más a tales debates cuyos contenidos (carácter de la asamblea, coordinación, etc...) van más allá del movimiento estudiantil para plantear cuestiones que afectan de forma general a todas las luchas sociales.
 
 

CONTENIDOS

Introducción
Las asambleas como espacios de comunicación y decisión
Acerca de nuestros enemigos
De la organización espontánea y el discurso radical
Crítica al espontaneísmo de la no-organización

ADVERTENCIA

ESTOS MATERIALES SON UNA CONTRIBUCIÓN AL DEBATE SOBRE EL MOVIMIENTO ASAMBLEARIO DE ESTUDIANTES; HAN SIDO CONFECCIONADOS POR VARIAS PERSONAS POR LO QUE NO SERÁ EXTRAÑO OBSERVAR CIERTA HETEROGENEIDAD EN LOS PLANTEAMIENTOS

 

Introducción

Quizá el mayor mérito del movimiento asambleario de estudiantes sea que podemos comprenderlo, pese a todas sus insuficiencias y debilidades, como un movimiento político que recupera la memoria del verdadero sentido de ese término. Por política se puede entender aquí la acción colectiva de cuestionamiento de la institución de la sociedad (la crítica del sistema educativo es sin duda una crítica de la institución de la sociedad, y se sabe que lo es), la creación de espacios públicos de reflexión y decisión, la participación general activa en los asuntos públicos. Por el contrario, no se puede entender aquí por política ninguna de las modernas intrigas de palacio propias de las organizaciones jerárquicas en las que la política, tal y como la hemos definido antes, se encuentra ahogada, ni tampoco se puede entender por política la división dirigentes-ejecutantes, ni la gestión de un poder separado, ni la administración de lo que se decide fuera de los espacios públicos: en definitiva, no se puede entender por política la apropiación del poder para usos particulares, sino la acción común. De hecho, lo que la historia "demuestra" una y otra vez es que la desmovilización de lo político -la destrucción de los espacios públicos de reflexión y decisión- anima la movilización de lo apolítico -la violencia de los autoritarismos, por ejemplo.

Durante el mes de funcionamiento efectivo del movimiento asambleario se han hecho ciertas críticas a su articulación efectiva, y también han salido a la luz algunas incomprensiones significativas. En nuestra opinión, estas críticas e incomprensiones traducen, de diversos modos, un rechazo de la política, ya sea de la política como tal, ya sea de una política confundida con lo que la propaganda oficial dice que es la política (representación, parlamentarismo, etc.). En el caso de los aparatos jerárquico-burocráticos de sindicatos estudiantiles, por ejemplo, está muy claro que su lógica no puede conducirles más que a negar y a tratar de destruir los espacios públicos de reflexión y decisión; la política en este caso no es comprendida más que como la lucha de grupos que defienden sus posiciones particulares. La combinación de acción y discurso en la que consiste la política es transformada por estos aparatos en propaganda y medios para conseguir fines privados. Pero también es cierto que existe una especie de reverso tenebroso de estos aparatos: determinadas respuestas a su funcionamiento dirigista y burocratizado se convierten también a su modo en negaciones de la política. Y a unos cuantos asamblearios de la facultad de Geografía e Historia nos ha parecido útil hacer explícitos por escrito los presupuestos teóricos de estas tendencias para crear así la posibilidad de un debate más serio. Se trata, por tanto, de saber lo mejor posible todo lo que está en juego en el debate sobre la organización. Dejamos para otro día el debate fundamental sobre la urgente necesidad de reinventar el lenguaje crítico autónomo que empuja a algunos a introducir con tenazas determinada terminología. En principio, parece ser que existe una aceptación mayoritaria de la organización asambleas-coordinadora de asambleas-asambleas, que no es más que la herencia de la forma clásica de organización autónoma. Se trata de una articulación posible de abajo arriba, que otorga todo el derecho de decisión a los mismos que ejecutan las decisiones. Las decisiones en las asambleas no son tomadas por los expertos, ni por los especialistas en universal y necesario, ni por los representantes, sino que son tomadas por el colectivo de aquellos que tienen que ejecutarlas -y que están, por ese motivo, en la mejor condición no sólo para juzgar sus resultados, sino también las condiciones concretas de esa ejecución. La coordinadora, por su lado, no pretende ser más que la unificación práctica de los estudiantes reunidos en asambleas, mediante las formas clásicas de delegados revocables y responsables ante la asamblea, sin poder alguno de decisión propia en la coordinadora (los llevapapeles, se les bautizó en la facultad de Sociología). Hasta el momento y generalmente, las asambleas no han volcado su esfuerzo en la toma de decisiones o en la elaboración de una tabla reivindicativa, sino en la reflexión, el debate y en la búsqueda del modo de crecer. La coordinadora, por tanto, no ha coordinado ninguna decisión, pero gracias a la circulación de información que se da en ella se pudo ayudar a la creación de nuevas asambleas (Ciencias de la U.C.M. o Medicina de la Autónoma), y también se pudo apoyar la acción de encierro propuesta por la asamblea de Geografía e Historia.

Las objeciones más coherentes y mejor argumentadas sobre el funcionamiento asambleario se han hecho sobre todo desde la asamblea de Sociología. Estas objeciones se fundamentan en la concepción de que la asamblea debía ser, más que un espacio de decisión, un espacio de comunicación, a la Jussieu quizá. Estas objeciones merecen una discusión razonada. Algunas críticas vinieron de simpatizantes del insurrecionalismo italiano, pero, en este caso, ni eran coherentes, ni estaban argumentadas. Tampoco lo estaban, por supuesto, las que se lanzaron desde esa ensalada de John Lennon y García Calvo ("I just believe in him") que tienen algunos por cerebro. Entre las críticas más previsibles podemos contar también las de aquellos que sólo aceptan la pluralidad interna de las asambleas, inherente a la política, como un medio para llegar a un fin "radical". Aquí se analizarán los presupuestos teóricos de estas críticas desde el punto de vista ligado a la acción política autónoma.

Es sorprendente comprobar también en este punto la formidable ingenuidad de aquellos que, aún estando de acuerdo con la voluntad de organización, no están dispuestos, según declaran, a aceptar las decisiones que les disgusten tomadas por la asamblea. Parece que la pérdida de toda experiencia política lleva a pensar que se puede vivir en sociedad sin considerar nunca la necesidad de adoptar una postura unitaria sobre un problema global. Y cuando vence la incapacidad de articular y unificar de manera democrática y concreta (voluntaria y deliberadamente) la respuesta frente a este tipo de problemas globales, se produce una unificación abstracta, impuesta desde el exterior a los sujetos por una burocracia cualquiera. A veces, ocurre que no se puede estirar más el debate y es necesario decidir algo, entonces se recurre a una votación. Esto no significa que no se pueda volver a discutir el asunto en cuestión, ni que esa minoría quede marginada por el resto de sus días o algo por el estilo. Las asambleas se rigen por el principio: ninguna ejecución sin participación igual de todos en la decisión. Pero la tendencia a la infantilización social, producto de la desposesión de toda capacidad de decisión sobre los temas que afectan a la propia vida, convierte a la gente en niños pequeños que patalean ante la idea de corresponsabilizarse en la práctica de algo y que lloriquean cuando les alejan de la imagen mítica de unidad. No pueden afrontar la sociedad y la historia, que están hechas de elecciones irreversibles y de contradicciones, de ocasiones que no volverán a presentarse y de división de pareceres, y preferirían regresar a una mítica naturaleza que, como decía Freud del inconsciente, no conoce el tiempo ni la contradicción. Este es el postulado oculto de algunas tendencias anti-políticas. "La exasperación por la triple frustración de la acción -no poder predecir su resultado, la irrevocabilidad del proceso y el carácter anónimo de sus autores-", de la que habla H. Arendt, lleva siempre a buscar un sustituto a la acción que libre de una vez por todas de sus posibilidades y riesgos. Así se convierte la política en técnica. De la misma manera que la ciencia es el discurso de nadie o de cualquier otro, se considera que la acción debe ser también la acción de nadie o de cualquier otro. Los mecanismos impersonales de la burocracia, encarnación del conocimiento puro de las necesidades objetivas, son la materialización práctica de esos postulados teóricos. Además, este "actuar como un solo hombre" (como cualquier otro) equivale a la destrucción de la pluralidad humana que se muestra sobre todo en el ámbito de la política. Se trata siempre de una misma engañifa que comparten siempre los que rechazan la política: "no me escuches a mí, sino al logos..."

Contra lo que a veces parece pensarse, la organización asamblearia no hace magia, ni asegura el final feliz de nada; simplemente crea las condiciones de posibilidad para funcionar de otro modo, de forma autónoma. Pero, sin duda, puede existir una degeneración burocrática si, por ejemplo, se establecen divisiones entre unos que hablan y proponen y otros que se limitan a escuchar y a votar llegado el caso, o si la gente más experimentada, en lugar de servir como orientación, se convierte en guía y transforma la fuente de su experiencia en una posibilidad de hacerse aplaudir. La evolución y el destino de las asambleas o de cualquier organismo autónomo, dependen de la automovilización y de la actividad independiente de la gente, de lo que ésta haga o no haga, de su participación activa en la vida de los órganos colectivos, de su voluntad de mantenerse alerta y responsable en todos los momentos del proceso: discusión, decisión, ejecución y control. Así, una asamblea contradice el aislamiento generalizado y el sentimiento de fatalidad que suscita. Pero también es verdad que las cualidades ligadas al hacer político (autolimitación, responsabilidad, respeto) están siendo perfectamente suplantadas por las actitudes relacionadas con los "espacios públicos" modernos. Sin duda, un espacio público de reflexión y decisión no es una "malasaña", ni el fondo sur de un estadio cualquiera. Por tanto, requiere otras cualidades que el borreguismo, la arrogancia, el aplauso de la extravagancia, etc. No hay duda de que la incapacidad del pensamiento contemporáneo para pensar de otro modo, e incluso otra cosa, otro objeto, que el pensamiento heredado, nos impide romper la falsa alternativa entre los aparatos jerárquico-burocráticos de partidos y sindicatos y las nuevas tendencias a la desorientación y la anomia. La impotencia teórica desemboca en los pensamientos puramente negativos (deconstrucción, genealogías, dialéctica negativa, etc.) o en el pensamiento descompuesto de la posmodernidad ("todo vale", "todo son diferencias", o pulsiones, o simulacros, o flujos, o relaciones de poder, etc.). En la práctica, esta incapacidad para romper el cerco del pensamiento heredado sin caer en la celebración de la extravagancia y la tontería, se traduce en la sustitución de esas facultades sin las cuales no hay combate posible (memoria, sentido del tiempo y la historia, proyecto, gusto por la libertad) por el apergaminamiento en la diferencia, la histeria del instante y la incapacidad para afrontar una práctica común continuada. La autoorganización es siempre autoorganización de la conciencia y, como tal, está reñida con los discursos abracadabrantes de celebración imbécil de la inconsciencia y el derecho lírico al no saber.
 
 

Las asambleas como espacios de comunicación y decisión

El creciente interés por el problema de la organización y la desconfianza por las formas de asociación tradicionalmente ensayadas han generado, en el ámbito de la autonomía, una serie de propuestas orgánicas que han tenido traducciones diversas y resultados desiguales, pero que pueden ser todas ellas englobadas bajo el epígrafe de organización difusa o red asociativa. Este tipo de proyectos no tienen por otra parte nada de original y cuentan ya con varias décadas de existencia en algunos países. Su elaboración teórica es también difusa y aunque parte de la reflexión de algunos pensadores -Deleuze, Negri, Guattari...- obedece más bien a una práctica concreta y un cierto estado de ánimo caracterizado por el cansancio de las organizaciones centralistas burocráticas y vanguardistas de la mayoría de los miembros de la gran familia comunista. La predicación de estas posturas ha superado ya los lugares tradicionales de la izquierda antagonista -okupaciones, colectivos...- y ha encontrado eco en el recientemente creado movimiento de asambleas de estudiantes. En el pasado encierro del día 3 de Diciembre de 1998 en la Facultad de Geografía e Historia de la U.C.M. algunos miembros de la Asamblea de Sociología y Políticas presentaron, a partir de la experiencia concreta en su facultad, un cuerpo valoraciones y reflexiones sobre la articulación y funcionamiento de las asambleas. De todas las posturas frente al problema de la organización ésta es la más inteligente y la más difícil de someter a crítica. Sin embargo consideramos que hay puntos polémicos, sobre los que no guardamos acuerdo ; además consideramos que toda presentación de una alternativa exige necesariamente su discusión. Recoger este proyecto, exponer sus principales fundamentos y poner en tensión las ideas que lo animan, puede y debe necesariamente provocar el debate y permitir cierta mejora de la práctica asamblearia. En todo caso, toda crítica de un discurso debiera empezar con su explicación y, como no, la organización difusa de las asambleas se construye sobre cimientos definidos:
  • "Partamos de nada, huyamos de todo intento de definición previa de la forma-asamblea. No hay que precisar lo contenidos de la asamblea, su funcionamiento.... Debemos reflexionar primero lo que es una asamblea y lo que debe ser, luego el propio devenir irá llenando y dando sentido al territorio que creemos. No debemos determinar ideológicamente el lugar que formemos, este debe ser abierto como un papel en blanco en el que todavía no hemos empezado a escribir. Se trata de provocar la apertura de un nuevo espacio semántico que se dote de sentido con los nuevos significados que se produzcan en la propia evolución de la Asamblea."
  • "Respetemos las diferencias, evitemos toda la dialéctica autoritaria de mayorías/minorías. No se trata de aceptar el sistema de voto, que deja siempre fuera las opciones y propuestas de una parte de la Asamblea, sino de operar en un espacio en el que ninguna opinión pueda sentirse aplastada. Sólo hay libertad allí donde ninguna voz y decisión pueda someter a su contraria. No hay que recurrir así a las votaciones pues siempre crean una nueva dictadura, una nueva tiranía."
  • "Nuestra asamblea debe ser un espacio de comunicación, un lugar en donde nos reunamos periódicamente, y en donde la información circule de modo transversal. Nuestro territorio será nuestro en la medida en que manejemos y produzcamos nosotros mismos la información que transmitimos. La Asamblea es así un foro, el verdadero espacio público en donde equipos de trabajo, grupos de afinidad o individualidades comunican a sus compañeros sus actividades y proponen otras nuevas a las que se suman solo quienes estén interesados."
  • "La Asamblea no decide nada, no impone nada, no firma nada, pues es sólo un punto de encuentro donde se enfrentan y discuten propuestas que son luego apoyadas y organizadas por aquellos que las aprueban. Las decisiones no son vinculantes y no obligan a toda la Asamblea sino sólo a la parte que las apoya. Allí nos sentamos a discutir las propuestas de los compañeros y los grupos sin que las opciones mayoritarias se nos impongan."
  • En cierto modo este proyecto guarda cierta semejanza con la práctica efectiva de algunos grupos como la Asamblea parisina de Jussieu que, como se sabe, se constituyó como la parte más radical y original del movimiento de parados francés. Tal como ocurría en esta última "las proposiciones de acción hechas a la asamblea no son necesariamente ratificadas por esta : se discute la idea de ellas antes de imponer o impedir a tal o cual llevar a cabo una iniciativa a su gusto". Ahora bien, la belleza formal de esta propuesta puede desembocar y en cierto modo reflejar, como de hecho pasó con los de Jussieu, la impotencia del momento y el miedo a la responsabilidad en la acción común. Vayamos por partes.

    En cuanto al primer punto, es difícil discutir algunos de sus aciertos. El recurso a formas ideológicas recurrentes ha impedido, en ya numerosas ocasiones, la posibilidad de difusión de sus propios contenidos más allá del grupo de convencidos. Fórmulas como autogestión, unión de obreros y estudiantes o lucha de clase han generado un tradicional rechazo y han provocado el propio estancamiento de la asamblea en discusiones sobre generalidades, las más de las veces sin ninguna traducción en una práctica concreta y progresivamente limitadas a grupos ya radicalizados. La búsqueda de una inmediata definición ideológica de las asambleas con las tradicionales consignas libertarias, lejos de dar lugar a debates reales encardinados en la realidad cotidiana, los impide en concepciones cosificadas y vacías. Ahora bien, la voluntad de ausencia de definiciones previas no las anula efectivamente. El cuestionamiento, siempre saludable, de la efectividad y la realidad de la forma-asamblea no disipa su definición previa, por muy difusa y ambivalente que esta sea, como se muestra en su invocación en las convocatorias -al mantener el nombre de asamblea- y en la apelación a la memoria de los estudiantes que acuden con ideas y proyectos previos que no son necesariamente prejuicios a rechazar. Por otra parte y esto es lo más importante, la existencia de un debate rico y necesario sobre la naturaleza de la asamblea no entra en contradicción con su apoyo en una extraordinaria y compleja experiencia histórica. "Partir de nada", si esto es lo que realmente se pretende aunque sólo sea a nivel explícito, creemos que no sólo no es positivo sino que además queda desmentido por el funcionamiento real ; pensamos que el uso de nuestra memoria histórica no implica una relación de autoridad con la misma, sino que se puede establecer un debate crítico con el pasado, que siempre nos permite iluminar, corregir o dirigir mejor nuestro propio camino.

    En cuanto a los tres puntos siguientes, exigen una crítica global. El miedo a la imposición de las opciones mayoritarias es totalmente legítimo, así como el respeto de la pluralidad de ideas y de opciones. Ahora bien, entendemos que la propuesta de una asamblea como mero espacio de comunicación de ideas y propuestas de acción, que no tome decisiones vinculantes presenta problemas y merece una crítica extensa.

    Por una parte la Comunicación requiere de cierta igualdad a la vez que de cierta diferencia -homogeneidad/heterogeneidad- de sus componentes. No hay así pues, comunicación entre dos partes absolutamente iguales : los que piensan de forma idéntica, los que abogan por la política como mera técnica. Así como tampoco hay comunicación entre lo absolutamente diferente : reunión de realidades disyuntivas, irreconciliables como la de un grupo de paranoicos con fantasías inenarrables. Es decir, una asamblea funcionará, como espacio de comunicación y discusión y no como partido que sólo aplica unas verdades ya descubiertas o una reunión de psiques irreconocibles, en la medida en que sus integrantes guarden cierta proximidad e interés común y estén dispuestos a hacer surgir lo plural y diferente en la reflexión y el debate. Por tanto, en una asamblea hay siempre cierta afinidad y solidaridad entre las partes que puede ser la base de una acción común.

    Por otra parte, aunque toda asamblea es intrínsecamente un espacio de comunicación en la que grupos e individualidades presenta proyectos temas de discusión y posibles acciones, nunca un espacio de comunicación es meramente un lugar de circulación de información. Una asamblea es, como bien saben los compañeros que presentaron esta propuesta, un territorio semiótico -de producción de sentido- y político -de decisión y acción, aunque esta no sea tomada explícitamente. De este modo, semiótica y política se encuentran siempre interrelacionadas en el espacio público. Semiótica, pues en los debates de la asamblea se generan nuevos sentidos, nuevas redes simbólicas, y se crean, como ya se ha explicado más arriba, siempre a partir de un tejido previo -el de la memoria. Política, pues una asamblea se constituye dentro de un espacio específico y como un lugar determinado. Es decir, las asambleas aunque se creen con el propósito explícito de ser meros espacios de comunicación tienen que darse un cierto orden en su propio funcionamiento interno ; tienen que responder a las preguntas de cómo articularse, de cómo se deben desarrollar los debates, de qué se debe discutir, no puede permitir que unos pocos monopolicen la palabra, etc... Y lógicamente esto implica la toma decisiones aprobadas por el conjunto de la asamblea. De otro lado, una asamblea emerge en un ámbito determinado, en una esfera regida por una lógica propia y por unas determinaciones específicas ; una esfera que plantea problemas globales que sólo pueden ser abordados con alternativas unánimes. Es decir, la gestión de una fábrica como la de una facultad, así como la respuesta a situaciones extremas como la represión, exige decisiones unitarias. En definitiva, comunicación, la dimensión de la información, y política, la dimensión de la acción instituyente, son indisociables y su articulación exige una definición cuidada.

    La contracrítica que se puede lanzar a la defensa de la necesidad de las decisiones unitarias y vinculantes es que se corre el peligro de anular la diversidad, la pluralidad. De hecho, la política, entendida como la autoinstitución consciente de la sociedad de forma autónoma sin el recurso a un principio de ordenación extrasocial y/o cosificado -Razón, Nación, Dios, Historia...- es siempre un juego de discusión y acción entre opiniones razonables sometidas siempre a la libertad de juicio. Ahora bien, no entendemos cómo el debate y la discusión que acaba en la toma de una acción o una propuesta aprobada mayoritariamente puede significar el aplastamiento de una minoría, ya que todo juego político implica cierta cesión de soberanía en la acción -no así en el debate y en la discusión- y nadie que participe activamente en estas discusiones y se sienta corresponsable de la asamblea puede sentirse marginado porque sus propuestas no obtengan un apoyo mayoritario. Las asambleas se rigen por el principio de igualdad e la participación de la discusión y la decisión. Cuando una minoría se hace recurrente, cuando se ha perdido por parte de los grupos la voluntad de colaboración común, cuando sistemáticamente son los mismos los que apoyan unas acciones y los mismos las que las rechazan se puede decir que la comunicación ha dejado de funcionar, que ya se ha producido una secesión efectiva de la vida de la asamblea y que esta ha dejado de existir como tal.

    No defendemos que toda acción deba necesitar de una decisión unitaria, sino que hay aspectos de la vida social que así lo exigen y que la unidad y la operatividad de las asambleas está en función de esta capacidad de acción que sepan desplegar en un determinado momento. No pensamos que el voto a mano alzada deba ser el procedimiento usual de funcionamiento, sino un último recurso sobre aspectos especialmente cruciales que exigen respuestas contundentes. Abogamos por la unanimidad en el consenso, decisiones que han salido de largos debates y en las que todos los miembros de la asamblea puedan sentirse representados como parte activa. Se puede argüir que la diversidad de los destinos individuales en un colectivo como los estudiantes, impide estos consensos, pero esto queda desmentido por la propia realidad cotidiana y por las propias bases materiales sobre las que se asienta la categoría estudiante -sometido siempre a unas determinaciones similares. Es el mismo argumento que se escucha en la apelación que la publicidad machaconamente lanza a la diferencia y la autenticidad de los consumidores, y que no esconde sino la propia homogeneidad de las conciencias, la producción de una subjetividad vacía que puede ser llenada con cualquier cosa. La pluralidad que debe existir en una asamblea incluso que necesariamente debe provocar, haciendo surgir lo diferente -problemas, actitudes, propuestas- puede encontrar una reconciliación en la acción común, que no supone el sacrificio de una minoría sino la búsqueda en última instancia del consenso dialógico, es decir fruto del diálogo y la discusión. Consenso bien distinto al conocido en el ámbito del consumo y del Estado -espacio del secuestro de la política. Distinto en tanto este último es incuestionado e impuesto ; distinto en tanto exige una adhesión irreflexiva a sus principios : véase así por ejemplo como toda crítica a la Transición -mito de los orígenes de la "comunidad democrática"- acaba en o en el descrédito y la mofa o en la indignación del público y las instituciones.

    Podríamos también señalar que se puede pensar que ya existe ese espacio de comunicación propuesto, aunque de un modo difuso e incompleto. Toda facultad es un colectivo segregado en grupos que proponen y anuncian sus convocatorias a las que se suma quien quiere. También se podría argumentar que una asamblea como espacio de información que permite en su seno la existencia de grupos de presión formales no puede garantizar el propio funcionamiento asambleario de los mismos -pudiendo aparecer topos proto-burocráticos o submarinos de organizaciones jerárquicas- requisito imprescindible si una asamblea pretende ser verdaderamente asamblea. En una asamblea clásica estos grupos no pueden tener una existencia formal, y este peligro queda quizá paliado.

    Entendemos que no conocemos suficientemente vuestra postura sobre el problema de la organización e invitamos a la apertura de debates públicos sobre este asunto, así como a la presentación de nuevas propuestas sobre el posible funcionamiento de la Coordinadora de Asambleas. Entendemos también que quizá este debate no tiene mucho sentido en un movimiento que está todavía en pañales, y consideramos que es posible combinar de algún modo las dos posturas : un determinado ámbito en donde si sean necesarias las decisiones vinculantes, por ejemplo en lo referente al funcionamiento ; y otro en el que se respeten todo lo que sea posible las diferencias y las propuestas sólo sean tomadas por aquellos que están convencidos de las mismas. Consideramos que una asamblea no es nunca una asociación jerárquico burocrática, sino un espacio en donde la libertad y la autonomía -y por tanto también la autolimitación- son posibles en la medida en que existe la igualdad de participación en la discusión y en la decisión. Si abogamos por la necesidad de la toma de decisiones unitarias, o lo que lo mismo la operatividad de las asambleas como asambleas, es porque pensamos que así está exigido al plantear problemas globales y de gestión de un determinado ámbito de la vida social, que esto lejos suponer la imposición tiránica de una mayoría sobre una minoría es la búsqueda del consenso y la unanimidad tras la exposición de las diferencias en la discusión ; es el juego en el cual los miembros de un grupo se responsabilizan recíprocamente y se corresponsabilizan de la pequeña parcela de vida cotidiana que les ha tocado compartir y forman, de este modo, comunidad radical.
     
     

    Acerca de nuestros enemigos

    "El maestro eminente se guarda de hablar y cuando su obra ha sido consumada y su tarea cumplida, el pueblo dice: "Esto viene de mí mismo"

    Lao-Tse

    Creemos que es necesario vencer ese temor a llamar a las cosas por su nombre. Sin pecar, por otro lado, de seguir manejando conceptos que el tiempo ha dejado obsoletos, nos negamos a disimular con palabras vanas y artificios conciliadores el conflicto que constituye nuestras vidas, el conflicto entre el poder y aquellos que apostamos por su superación. Es por eso que no nos arredramos a la hora de esbozar un campo de batalla que haga posible distinguir a los sujetos a los que se les está negada la posibilidad de ser dueños de sus vidas y quienes poseen las condiciones de tal posibilidad. Y definimos a estos últimos como enemigos, sin olvidar por ello la complejidad de la dominación que ejercen. El objetivo de estas líneas consiste en sacar a la luz algunos mecanismos fundamentales de la dominación, o lo que es igual, señalar con el dedo a algunos de nuestros enemigos. El ámbito concreto donde será aplicado nuestro análisis será el de los movimientos estudiantiles.

    El sistema (utilizamos este término con un sentido preciso, designamos con él al entramado socioeconómico en el que se sustenta el poder, así como al conjunto de los instrumentos de los que éste se vale para su perpetuación) ha mostrado en repetidas ocasiones sus mañas para asimilar y desactivar aquellos movimientos en los cuales los individuos han logrado ser sujetos efectivos de sus acciones. Allí donde la actividad política ha devenido real, donde ha sido posible abrir un espacio común de discusión y práctica autónomos, no ha tardado mucho en escucharse o bien el retórico discurso del burócrata o bien -si esto no resultaba suficiente- el fragor de los cañonazos. El primer caso es el que nos interesa.

    La asimilación "pacífica" de la disidencia ha tenido y tiene en las diferentes vanguardias "políticas" y burocracias sindicales a sus principales ejecutores (sin olvidarnos del consumo y de los medios de comunicación). Tales burocracias cumplen una función específica, más allá del disfraz ideológico que las presenta erigidas en defensoras de los derechos de los obreros, como organizaciones destinadas a integrar a las masas de trabajadores en un mercado laboral ya negociado a priori con la patronal y el Gobierno. Su legitimación social, impuesta violentamente tras la aniquilación de los movimientos de carácter asambleario o autónomo, convierte instantáneamente a cualquiera que se salga de sus márgenes en un violento incontrolado o en un rebelde sin causa. Parece innecesario aclarar a estas alturas, tras la amarga experiencia del siglo que termina, que, contra lo que algún desamparado troskista podría afirmar, las organizaciones sindicales y los llamados -no sin cinismo- partidos de clase no son portadores de esencia revolucionaria alguna que el virus del reformismo infame hubiera hecho degenerar, ni que por tanto bastaría con que el pueblo recuperase unos instrumentos que en un principio habrían estado a su servicio. Su razón de ser, su lugar en el esquema del capitalismo moderno ha permanecido prácticamente invariable desde los orígenes; deben ser pues anunciados como lo que son, como los enemigos de todo movimiento real que luche por una transformación revolucionaria de la sociedad.

    Lo anterior puede ser trasladado sin apenas modificación al ámbito de las movilizaciones estudiantiles, cuya experiencia de los años 1986, 1993 y 1996 ha dejado claro el papel nefasto de sindicatos y organizaciones afines. La más notable de ellas es el Sindicato de Estudiantes, un grupúsculo de origen troskista que, a fuerza de manipular a los estudiantes y gracias a la solidaridad mediática, ha logrado consolidarse como su interlocutor principal, adquiriendo de esta forma cuantiosas subvenciones así como amplias cuotas de poder. Fue este sindicato el que decapitó en 1986 el único, hasta el momento, movimiento estudiantil organizado de forma asamblearia cuya fuerza ha llegado a inquietar al gobierno de turno. En años posteriores las movilizaciones ya sólo fueron simulacros hábilmente escenificados en los cuales incluso los propios grupos "radicales" cumplieron a la perfección el papel que se les había adjudicado como "los incontrolados" o "los violentos".

    Este otoño del 98 el toque de arrebato para las diferentes organizaciones y sindicatos que aseguran representar a los estudiantes, ha sido el enfrentamiento entre la izquierda y la derecha parlamentaria con motivo de la inminente aprobación de los Presupuestos. Es esa inminencia la que ha sido presentada ante los estudiantes tanto por organizaciones ya veteranas, verbigracia, el Sindicato de Estudiantes (S.E.) como por otras de nuevo cuño (en realidad los mismos perros de cursos pasados pero con distintas collares) tales como la Coordinadora de Estudiantes de Izquierdas (C.E.I.) o la Federación de Asociaciones de Estudiantes de Izquierdas (F.A.E.I.), para justificar la convocatoria de huelgas y manifestaciones cuyas tablas reivindicativas habían contado con una nula participación del alumnado. Es bien conocida la importancia que el debate sobre los presupuestos posee para la izquierda parlamentaria y como ésta se vale de las movilizaciones estudiantiles que promueve a través de las asociaciones y sindicato citados para ejercer así presión sobre el Gobierno. La intervención de tales asociaciones en el movimiento asambleario que ha proliferado de forma paralela y contraria a sus tejemanejes, no ha tenido otra intención que la de hacer aprobar su formato de reivindicaciones, reivindicaciones puramente economicistas y asistenciales (más becas, menos tasas) junto a algunas otras delirantes, como es la famosa exigencia de la paridad de representantes de alumnos en lo órganos de la universidad (y es que pedir más representantes de esos que vagan por las facultades como fantasmas que uno no llega a conocer jamás ni a tener noticia alguna de sus actividades -como mucho aparece algún cartel en época de elecciones- no puede ser más que un delirio carente de observación alguna de la realidad).

    En el futuro, todo movimiento estudiantil que se quiera responsable exclusivo de sus actos y que busque permanecer inmune a los intentos de manipulación tendrá que ser capaz de identificar y combatir eficazmente a las organizaciones que, desde una posición externa y dirigista pretendan asimilar sus conclusiones radicales y sacar partido de sus fuerzas. Deberá ser capaz, en definitiva, de no confundir ni ser benevolente con sus enemigos.
     
     


    De la organización espontánea y el discurso radical

    Realizando un breve repaso a lo que han sido algunas oposiciones "radicales" a la forma de funcionamiento de las asambleas de estudiantes y su discurso, podemos destacar dos claras vías de confrontación que se reclaman seguidoras de tendencias insurreccionalistas en unos casos y revolucionarias en otros.

    En el discurso insurreccional se realiza una crítica corrosiva a la forma de organización asamblearia de toma de decisiones, en especial a la organización que trate de conjugar, como es el caso de la coordinadora de asambleas, los debates y decisiones de las distintas asambleas. La crítica inicial de este planteamiento a la coordinación-organización no es otro que la supuesta "represión" ejercida por la mayoría (identificando mayoría con la decisión tomada en asamblea) sobre una hipotética minoría que esté en desacuerdo con ella. Sin duda se puede dar el caso de tener que tomar una decisión en la que alguien no esté de acuerdo, algo tan obvio como intrínseco a toda discusión, pero deducir de ello que ese alguien sea "reprimido" por este motivo desde la asamblea, es transformar la esencia de las discusiones en un delirio antiorganizativo inaceptable.

    Delirar sobre la organización no es algo legítimo si se conoce el funcionamiento de las asambleas. Abstrayendo estos delirios e insertándolos en el movimiento asambleario podemos imaginar, sin gran esfuerzo, lo que podría ser la tiranía de las minorías, la dictadura de las individualidades que, por no ceder en lo más mínimo en sus argumentaciones, paralizasen el hacer general de consenso que persiguen las asambleas por medio de la unanimidad o las mayorías amplias, que en todo caso no son vinculantes para quienes no estén a favor, ya que ninguna asamblea obligará a pensar o hacer nada a alguien que no esté a favor de determinadas decisiones.

    Las asambleas, la coordinadora, entendida ésta como una asamblea de asambleas, toma sus decisiones por medio de la discusión y el debate, un debate en el que participan todos sus miembros y en el que nadie queda excluido, un debate que conlleva ciertas conclusiones, ej.: sobre los problemas que afectan a cada facultad y las formas de solucionarlos. El debate debe contar con análisis y conclusiones, en las cuales se ha de llegar al mayor consenso posible, lo que se logra por medio de la cesión en ciertas posturas que, no es por nada, suelen ser matices nimios fáciles de resolver; si llegan a ser radicalizados es por razones tan poco asamblearias como "piques personales", simple "cabezonería" o, aunque parezca increíble, por interpretaciones del lenguaje a la hora de denominar una misma cosa concreta de dos formas distintas.

    Frente a esto, que no está exento de dificultades, como es el "aprender a escuchar a los demás para solucionar problemas en vez de tratar de imponer nuestras ideas", algunas "minorías oprimidas" pretenden reunirse en agrupaciones indefinidas de individualidades que actúen como foro de acción espontánea de individuos de opinión indiferenciable y que anulan todo posible debate o intercambio de ideas para una acción conjunta que no se base en la unanimidad, entendida como único pensamiento y no, tal y como lo entiende la asamblea, unanimidad como consenso que nace de la pluralidad y el debate, condiciones básicas para una asamblea pública.

    Pero la asamblea, en el sentido que tiene en la universidad, llega más allá de esa ficticia espontaneidad. Y es que las asambleas tratan de ser lo contrario: premeditadas. Lo que significa que de forma implícita la asamblea se dota de unas pautas de actuación. La primera es nacer a pesar de los designios de las distintas burocracias, la segunda iniciar un debate que está sin hacer, una reflexión que parte de la necesidad de generalizarse y diversificarse, recuperando para nosotr@s la confrontación de ideas, haciendo aflorar todos los problemas posibles, los más generales y , por supuesto, los más concretos, todos ellos en sus distintas vertientes. Pero no es menos cierto que esa pluralidad de ideas y argumentaciones se están llevando de forma explícita sobre un hilo conductor común a todas las asambleas y que ve la necesidad de hacer una crítica global al sistema de enseñanza desde múltiples posturas, una crítica generalizada al sistema socio-económico en el que se inserta. Esta evolución no necesaria, aunque de cierta manera ya esbozada, debe llevar una dinámica propia al margen de tendencias que traten de sobrepasar su propia revolución interna.

    Un ejemplo claro de lo que venimos argumentando en torno a esta problemática fueron las movilizaciones de 1996 en las que grupos de tendencia radical trataron de hacer surgir las conclusiones generales antes que el debate y las argumentaciones previas a las mismas, llevando al conjunto de la movilización a la absoluta virtualidad, pues no respondía a una base plural y libre, capaz de engendrar una movimiento con vida propia, basado en cierta cohesión interna meditada por l@s propi@s implicad@s. Por ello, aunque quizás no les falte algo de razón, los que acusan de ser excesivamente posibilistas a las asambleas de estudiantes pueden ser acusad@s a su vez desde las asambleas de impacientes, no porque las asambleas lleven inscrito en su genotipo el llegar a peticiones radicales, sino porque aun no han crecido lo suficiente como para poderles asignar tamaña proporción de radicalidad o reformismo; estamos detectando que la potencialidad de las asambleas está emergiendo, pero aun no hemos visto desplegar su fuerza, eso vendrá más adelante.

    La experiencia nos demuestra que peticiones ultra-radicales, como pudiesen ser la autogestión de la universidad o la abolición del estado y del capital, se pueden deshinchar y esfumarse en el mismo tiempo en el que una asamblea consigue un microondas para su cafetería. El problema no está en el punto de partida sino en lo que significa ese punto de partida, si puede ser base o quiere ser base de algo más. Quizás las asambleas no entienden como lucha radical aquella que pide todo de golpe sino aquella que conjuga de forma sabia e inteligente todos los problemas que aparecen para convertirlos en una sola lucha, pero sin obviar ninguno de ellos. Es en ese momento en el que hay que saber leer los problemas puntuales, que se insertan en un movimiento general de cosas, que nos puedan llevar a puntualizar pequeñas cuestiones y que nos ayuden a desplegar la potencia de las asambleas así como aensayar en torno a lo que podremos ir logrando en ámbitos estructurales o globales de la educación (o fuera de ella).

    En 1996 el problema fue ese precisamente, al margen de los intentos dinamitadores de las burocracias sindicales. Según aparecían argumentaciones y peticiones de carácter más general se iban suprimiendo otras de carácter más concreto pero que son, entonces no nos dimos cuenta, la única manera de sobrevivir que puede encontrar el movimiento. Quedó patente que las peticiones concretas podían llevar a acciones reivindicativas específicas que animasen la situación y que no olvidaban en ningún momento las reivindicaciones generales o globales.

    Por el contrario, las peticiones que partían de lo general requerían acciones masivas, no sabíamos ni sabemos aún dónde; estas peticiones radicales y globales no encontraron entre las personas que participaban en las asambleas el más mínimo referente de acción, pues era una reflexión crítica externa a las asambleas, en mucho casos compartida pero en la que no se detectaron implicaciones. Sin duda, la solución pasaba por la reflexión detenida de las dos concepciones, pero la llegada de las Navidades y de los exámenes de Febrero acabaron con todo resquicio de movilización o protesta. Este error, que en estos momentos tenemos el deber de reconocer, se está subsanando en gran parte, tal y como se observó en el encuentro que tuvimos en Geografía e Historia, por afrontar la lucha universitaria contextualizándola en un marco amplio, con acciones sobre lo concreto que no cambian substancialmente la situación (por ejemplo: ocupar las cafeterías de profesores), pero que permiten llevar adelante la acción y la reflexión, incluso asentando una crítica general del sistema educativo, en este caso la relación de autoridad entre el profesor y el alumno.

    En definitiva, debemos ser conscientes del estado de cosas que nos rodea. El primer paso que están dando las asambleas se argumenta con la solidez que nos permita en un futuro ser algo más (reformistas o revolucionarios eso ya se verá). De momento debatir nuestros problemas es un buen punto de partida, acompañado de acciones concretas que nos permitan ir consolidándonos paulatinamente y que, como primer objetivo, que no es poco, aunque parezca extraño, debe tener el sobrevivir a las vacaciones de Navidades y a los exámenes de Febrero, que se ciernen sobre nosotr@s como el peor de nuestros enemigos.
     
     


    Crítica al espontaneísmo de la no-organización

    No resulta muy complicado demostrar la relación entre el pensamiento heredado, basado en la categoría de la determinación, y las formas tradicionales de organización burocrática. En efecto, la sumisión a lo especulativo, a la teoría entendida como contemplación desinteresada de lo que es, transforma la praxis en simple técnica, esto es, en la aplicación efectiva de verdades adquiridas por la teoría. El combate teórico por romper el círculo del pensamiento heredado ha estado casi siempre muy mal planteado. Así lo demuestra la pobreza de los resultados. Por ejemplo, el pensamiento heredado ha afirmado siempre que la historia es una sucesión determinada de lo determinado (Espíritu o fuerzas productivas). Las vanguardias que descifraban el curso esencialmente homogéneo de la historia y transmitían luego sus órdenes, disimuladas como "saber riguroso " o predicciones científicas", a unas masas mudas son una de las múltiples encarnaciones de ese pensamiento heredado. Pero quienes son contrarios a esa concepción de la historia, a esa decisión sobre su modo de ser, han creído últimamente que lo acertado era decir justamente lo contrario, olvidando que lo contrario de un error no es necesariamente la verdad. Así, se escribe contra la historia y el tiempo, o se habla del "acontecimiento" como de algo que es irreductible a la historia.

    Entre los pensadores que giran a la contra en el cerco del pensamiento heredado nos encontramos con A. García Calvo. El hecho de que García Calvo sea uno de los últimos neohegelianos consecuentes nos permite remitirnos a Marx y a su enfrentamiento con las ranas hinchadas de la crítica-crítica de aquel entonces para tratar el caso: "Los viejos hegelianos lo comprendían todo una vez que lo reducían a una de las categorías lógicas de Hegel. Los neohegelianos lo criticaban todo sin más que deslizar por debajo de ello ideas religiosas o declararlo como algo teológico. Los neohegelianos coincidían con los viejos hegelianos en la fe en el imperio de la religión, de los conceptos, de lo general, dentro del mundo existente. La única diferencia era que los unos combatían como usurpación el poder que los otros reconocían y aclamaban como legítimo". Como bien dice Marx, esta negación gira siempre en el círculo de los objetos criticados. Esta creencia en la omnipotencia de las ideas evidencia el desconocimiento de lo que es verdaderamente lo histórico-social. Estas formulaciones no son más que el reverso del pensamiento heredado, que sí es moneda. Como dice Castoriadis, "la oposición entre Hegel y Gorgias, es decir, entre el saber absoluto y el no saber, es secundaria. Ambas comparten la misma concepción de: ser. En efecto, el primero porque lo postula como autodeterminación infinita; el segundo, por su parte, porque el nervio de su argumentación -lo mismo que el de todos los argumentos escépticos o nihilistas que se han enunciado en la historia-, cuando quiere demostrar que nada es y que si algo fuera, no sería cognoscible, se remite a la afirmación de que nada es verdaderamente determinable, de que la exigencia de la determinación (la definición) debe quedar para siempre vacía e insatisfecha pues toda determinación es contradictoria (por ende, es indeterminación), todo lo cual sólo tiene sentido sobre la base del siguiente criterio tácito: si algo fuera, sería determinado". Además, se nos intenta vender que no es posible pensar fuera del pensamiento heredado y que tenemos que resignarnos a jugar dentro de ese discurso. ¡Derrida y García Calvo, vivos en la misma lucha!

    Esta equivalencia poder-saber, eje de la (seudo)crítica del pensamiento heredado, tiene también sus consecuencias prácticas, negativas para la acción política. La conciencia, la responsabilidad o la decisión son considerados desde la equivalencia poder-saber como conceptos policiacos que ejercen control sobre la vida "indefinida". La libertad se asocia así con la vida amorfa y verdaderamente desagradable de los habitantes de la Comuna Antinacionalista Zamorana. Los situacionistas ya se sabían todas estas tonterías, y decidieron muy sensatamente que: "... los que declarándose hoy enemigos de toda forma de organización en nombre de un espontaneísmo subanarquista, reproduciendo así todas las taras y el confusionismo del antiguo movimiento, quedarán excluidos del debate sobre la organización". Este misticismo de la no-organización conlleva la imagen mecanicista de que las asambleas aparecerán por sí mismas y a su hora, a condición sobre todo de que no se hable del asunto, y desprecia totalmente la experiencia de las revoluciones de nuestro siglo, que señalan que la "situación por sí misma" tiende más bien a hacer desaparecer las asambleas que a hacerlas surgir. Las figuras de la inconsciencia ("pueblo", "mujeres", "infinito bueno") que se oponen a las figuras del pensamiento heredado traducen a su modo el rechazo de la política como tal: son figuras del "todo en uno e indeterminado" opuestas a la pluralidad y unicidad de los individuos inherente a la política. Son figuras de la noche de la indeterminación en la que todo los gatos son pardos (da lo mismo vivir en un gulag o en Móstoles pues ambas son realidades definidas y determinadas). El feliz matrimonio entre el hipismo y el idealismo caricaturizado es sólo un momento de la impotencia teórica-práctica, y la celebración de esa impotencia.

    Maldeojo

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